Un pasado presente

Las puertas del metro se abren
y entro en un vagon abarrotado de soledad
lleno de rostros difuminados, tristes
con almas perdidas sin felicidad.

Cierro los ojos intentandome perder,
buscar un recuerdo agradable en el que pensar,
huyendo de todo para no querer ver
a aquello que llegué a odiar.

En ese momento todo se vuelve oscuro,
mi mente empieza a decaer en recuerdos,
fugaces imágenes de lo que he pasado.

Sonrisas partidas por el odio,
miradas evitadas por el dolor,
el tormento de un te quiero olvidado.

Entonces abro mis ojos y miro al frente
para verme reflejado en el cristal,
con un lagrima que se escurre lentamente
y un nudo que no me deja respirar,

sientiendo mi cuerpo inerte,
mi mente consumida por la soledad,
mi rostro difuminado, triste
y mi alma perdida sin felicidad.

El verdadero arte

      Percibo el olor del cloro mezclado con la hierba y el aroma de unas rosas cercanas, en estos momentos de serenidad, mis sentidos se afianan hasta captar el mas mínimo detalle de mi jardín, el movimiento suave y constante del agua de la piscina, el acariciar del viento a la hierba, un insecto perdido que vuela siseante hasta desaparecer de la vista por el brillo de la gran luna llena rodeada de jirones de nube que se pierden detrás del olmo, el leve aleteo de un pájaro que transnocha, el sonido de una soga pendulante al ritmo del movimiento del agua y un gorgojeo que lucha por un momento de libertad, hasta convertirse en un último suspiro de vida que desaparece a la vez que el insecto vuelve a aparecer siseante, buscando una luz calida donde sentirse a salvo de la fria noche, noche que lo engulle para no dejarlo libre nunca más.
      Dejo caer mi mano en la hierba y la acaricio al ritmo del sonido de la soga, me acomodo en el cesped lentamente, tranquilo y aliviado, como si hubiera arrancado una espina clavada en el lecho ungueal. Pongo la otra mano en mi pecho y cierro los ojos, recordando cada momento de la noche, en momento de su llegado, vestida con unos tacones altos que siguen a unas piernas interminables, cubiertas parcialmente por un largo vestido rojo que termina cerca de la clavicula y a mitad de su espalda, donde termina su pelo castaño ligeramente aclarado, perfectamente peinado dejando ver su cuello, suave y perfecto.
      Recuerdo también cuando salimos al jardín, sus ojos claros se clavaban en los mios buscando algo dentro de mi, su sonrisa se alargaba lentamente antes de besarme con sus esponjosos labios mientras yo acariciaba su tersa y fina piel blanquecina, notaba su calida y lenta respiración en mi mejilla a la vez que ella revolvia mi pelo y procuraba que no nos separasemos.
      Llegó a ser un momento eterno, casi único, mi alma se exaltó y pensaba que mi corazón iba a estallar en cualquier instante, un momento que debia ser perfecto para mantenerlo en mi memoria, un momento que necesitaba un extasis, el extasis de rodearle su precioso cuello con la soga, el extasis de arrastrarla mientras ella luchaba por quitarse la cuerda, el extasis lanzar la cuerda por la rama del arbol mientras ella cogia aliento, el extasis de izarla hasta que el reflejo de la luna chocara con su desnudo cuerpo y la hiciera brillar palidamente para llegar al culmen y encontrar la imagen de esta noche que recordaré toda mi vida, juntando en la misma escena todo aquello que mas quiero, la virtud, la belleza y la muerte.